Era un hombre pequeño que nada le gustaba. No le gustaba levantarse por la mañana, sobre todo no con el pie equivocado. Hacía tiempo que todo le molestaba.
Una mañana atacó todo lo que veía: el sol, las nubes, los árboles... tanto es así que todos los elementos desaparecieron uno a uno. El hombre que no amaba nada estaba satisfecho: nada podía molestarle más. Pero la nada es angustiosa. Así que el hombre tuvo miedo: ¡que le devuelva el mundo! El hombre descubrirá que para que el mundo le devuelva, tendrá que ponerle un nombre. Y ahí está, llamando una estrella, después el sol, las flores e incluso los caracoles... para redescubrirlos bajo un nuevo ojo, y redescubrir el gusto por la vida apreciando plenamente el mundo que le rodea.