Somos seres sensibles, capaces de recibir dolor y placer, en dosis grandes y pequeñas. Este "Gran atlas de los pequeños placeres" reivindica el estremecimiento que nos puede provocar lo más diminuto, aquellos placeres minúsculos que han hallado culturas de todo el mundo: el susurro de la brisa en las hojas, volar cometas, la alegría de un reencuentro, caminar descalzos, acariciar el cabello de un ser querido, pisar charcos, tocar el musgo, el crujir de la nieve tierna bajo las botas, brindar un regalo, el aroma de una pastelería, de la hierba recién cortada o de la tierra húmeda, la luz
que brilla entre las hojas de los árboles, el vuelo de las mariposas, un abrazo, sestear a la sombra de un árbol, saltar sobre hojas secas, arrebujarse en una manta en invierno, el olor de los libros...